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miércoles, abril 05, 2006

El jefe que no da

Personaje admirable, despreocupado de la redistribución, ajeno a comprar el que le deban favores. Que se los deban por su mera presencia, o por su ausencia. Ni siquiera el círculo más íntimo de los cortesanos lleva a doble partida la contabilidad de las atenciones o las distancias de ese jefe. Lo que hace, lo que es, es una variable libre al que cada cual da un valor infinito o menos infinito.
Cuando se habla del arte de la política o de la política como arte todavía no se sabe lo que se dice: el artista es el jefe supremo, el molde para todas las interpretaciones. Como Rodrigo Calderón en el cadalso, tan tiesito, tan de admirar en su perder. Haga lo que haga. Lo malo de los jefes, sus sanmartines que también juzgará la historia, aunque caigan unos días antes, como le cayeron al privado del Duque de Lerma, que fue en octubre, o como le llegaron al mismo Duque de Lerma, suaviter.
Para jefe, el Dios de Aristóteles, el motor inmóvil, ignorante de la gestión de recursos humanos, aunque ciertamente implicado en la planificación estratégica. Por cierto: Fortiter in re, suaviter in modo, pero porque jode más (1).

(1) Cuando todos comienzan a coincidir en esto y a glosar negligentes el dicho de Acquaviva, el suelo los traga para, tras recibir un desagradable chorreo, pasar a manos del verdugo, que iniciará el tormento.

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