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martes, abril 04, 2006

La palabra más bella

La palabra más bella. Juegos florales, certámenes, el horror. Estas ocasiones nos brindan una ocasión para el estudio de la hipnosis escénica, de la sugestión, del mentalismo incluso. Lo que hace la más bella a una palabra ni siquiera siempre eufónica es el convencimiento en su postulación. La palabra sola, enfáticamente formulada, que deja por única respuesta un “desde luego, qué bella palabra”.
Igual esto es verdad, no lo consolidado en la palabra singular como patrimonio cuya estimación no podrá dejar de ser subjetiva, igual de lo que se trata es de que la belleza reside en una feliz circunstancia, en un acierto que combina aplomo y entusiasmo, o la inevitablemente fingida inocencia y una anticadencia interrogativa: “¿Cómo no va a ser la más bella esta palabra que de esta boca sale, que veo dibujarse en estos labios?”
Abominemos de las palabras bellas, utilizando incluso bellas palabras claveteadas con gerundios y gerundivos irresponsables, disolvámoslas como se disuelven en ácido una flauta y un violín. Machaquemos el último resto terne de belleza y huyamos de lo que fuimos. La cárcel de las palabras, la iderribable.
La palabra, ese almacén de historia con todas las ventanas falsas. Esa mónada que nos enseña que todo nace del preestablecido conflicto.
Ensalcemos al mentalista kamikaze, al que no acierta ni una en un imposible estadístico, al que diga “tan lejos estoy de ustedes, que nada en común puedo yo entrever de este escenario a esa platea”.
Pero bueno, si de lo que se trata es de elegir la palabra más insoportable, acabamos accediendo a la patología. Algo honesto. Con la palabra más bella, acabaremos descubriendo lo más cursi de cada uno de nosotros: siempre móvil, como una enfermedad de curso asintomático, sin diagnóstico y sin lucha.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La belleza de las palabras está dada, o, si acaso, "prestada", por la relación que tienen con otras palabras del mismo infierno (esa promesa de comunicación nunca cumplida).
Es como uno más uno o dos más dos o...; es, en fin, como la obviedad empecinada del 99,9 % de las "así llamadas" Escuelas de escritores... eligiendo un primor de palabra.
Pedro: Bien por ese artículo o texto o... Ya basta de manosear a las palabras. Ahora quieren la palabreja más linda, más mona, más chuli..., más requeteque lo que sea.

Anónimo dijo...

Por cierto, muy bueno lo de la flauta y el violín disolviéndose en ácido. No es lo mismo, pero me recuerda a la máquina de coser (envuelta) sobre la mesa de vivisección...