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domingo, abril 23, 2006

Un saco de memento

Un efecto que tendrá nombre y relacionado con la memoria y su topografía. Espera que no sea síntoma de nada especialmente escabroso. Por otro lado, los síntomas lo son sólo en grupos, en una combinatoria escalable o valorable.
Durante meses, y puede que durante más de un año, estuvo intentando recuperar una palabra que le había llamado la atención. En un viaje aprendió que precarista era el término utilizado para designar al individuo que, quizá por no tener trabajo, huir de compromisos o no tener cosa mejor que hacer, se construía una cabaña en los márgenes del bosque o de la selva, plantaba unos cuantos bananos, y con una huerta y unas gallinas, acompañados tales recursos de algún trabajo más que eventual, llevaba una vida de villano danubiano que ni se molesta en discutir con turistas o con meros emperadores.
Pero había olvidado esa palabra, cuyo uso aludido no es, desde luego, el que recoge el DRAE 22ª edición (www.rae.es), y había también abandonado los esfuerzos deportivamente solipsistas por recuperarla. La consulta en documentos, internet, no ofrecían nada. Hay que decir también que este nimio suceso sucedió hace ya unos cuantos años.
Fue un caso de serendipia intracraneal. Una mañana había estado discutiendo con un amigo y ambos se habían visto afectados por una curiosa amnesia. Se trataba de una discusión de vaga voluntad filosófica, un entretenimiento de la juvenil clase ociosa. Uno de ellos quiso utilizar la palabra incertidumbre, pero como él mismo dijo “no le salía”. El otro había identificado perfectamente la noción, pero la palabra tampoco le salía. No puede asegurar si entonces recordó sus otros olvidos, las lagunas de su precaria memoria. Sí sabía que le bastaba con regresar a casa y tomar uno de los libros donde le constaba que se analizaba, se desmenuzaba y se rearmaba la idea de incertidumbre. Así lo hizo y tomó uno de los libros al efecto. Sabía, tenía la certidumbre de que le bastaba con abrir el índice pues más de un capítulo incluía en su título el término del que sólo le faltaba su forma. No puede asegurar que no le hiciera falta siquiera leer el índice, que casi sin abrir el libro por la página precisa la palabra que buscaba, incertidumbre, le viniera a la cabeza (con lo que le vino desde la cabeza, dirían algunos), pero es posible que llegase a leer de algún modo la palabra, repetida varias veces en la página, sin que conscientemente se hubiera propuesto empezar a leer y de hecho leyera, o también es posible que su percepción consciente del proceso alterase los hechos neuropsicológicos (valga el oxímoron) o su orden temporal.
Lo que sí se sabe es que en ese mismo momento, sin otra intención, sin mayor esfuerzo, junto con la palabra incertidumbre regresó al proscenio la palabra precarista, que ya no ha olvidado. Sí olvida recurrentemente el nombre de este fenómeno.
NOTA: La contigüidad y sus divertículos. Deja de escribir y abre el solitario de Windows, Klondike por nombre conservado en los Macintosh. Se acerca su hija pequeña, que le ofrece café. En una taza de plástico pintada(1) en su interior con rotulador verde. Le sigue el juego y se dice que debe, para luego no dejar de alabar la calidad del café imaginario, acercarse la taza a los labios, pero sin que éstos lleguen a tocarla. En esa mañana de domingo deja de jugar las cartas que debe durante unos segundos. Parece seguir la consigna de que no hay que tocar con la nueva carta las hileras ya dispuestas. La taza sucia ha contaminado la rutina del juego. La metáfora es una metonimia en el espacio adecuado. La contigüidad paradigmática y sus pequeños enigmas.
(1) Tras escribir “plástica pintada”, corrige a “plástica pintado”, contigüidad de segmentos paralelos.

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