Vistas de página en total

sábado, marzo 31, 2007

Cortázar

Tras los calendarios que se nos adhieren a las partes más insospechadas de nuestro cuerpo y nos dejan los órganos pares con el sesgo bisiesto del mundo octogésimo primero cuando se viaja en sentido Sur por el eje imaginario del tiempo, entonces (y si entonces es, fue o será algo en ese tiempo imaginario de relojes de trinquete hiperbólico), precisamente entonces, la voz nos aparece menos galicana, sin su fonética inconfundible y que quizá nuestra memoria exageró con los años y sin Joaquín Soler Serrano. Queremos decir que a la voz de Julio Cortázar el espejo incendiado de la memoria le hizo lo que al gol de Cardeñosa. O vaya uno a saber.
Porque si a uno le hacen escuchar una voz y unas palabras que vagamente reconoce, se le quedan pegadas a algún lugar donde su contraparte se ha ido transformando como algunos viejos discos que nunca escuchará ya el pesado que un día se los llevó de nuestra casa, mientras repetía que le gustaban mucho Charlie Davis y Miles Parker, que leía a Martin Bunsen (Bunsen como Johann Peter Gottlieb Bunsen para que nos entienda el lector) y que Hybris entrenaba al Atlético de Madrid. Mucho antes de que inventarán los CDs, cuando no habíamos visitado todos los rincones de la vida, cuando aún pensábamos que nos atreveríamos a visitar sus estancias más alejadas, las que nos esperaban con alguna promesa inconcreta, sucintamente laberíntica, cuando tendíamos un puente de tablas hacia la siguiente semana, hacia el siguiente capítulo, allá donde (se supone) encontraríamos otra pregunta.

2 comentarios:

pdro dijo...

Maravilloso último párrafo. Lo agradezco de corazón. Gracias.

Anónimo dijo...

Entonces es cierto que no tenía yo una alucinación auditiva mientras miraba la pantalla, e intentaba no ver donde estaba la contradicción (que para Cortázar, ¿cómo?, no podía tenerla... por que no estaba allí para decir No). Escuché y escuché y oí. Las dulces y meditadas -acaso algo desesperadas- egues de Cogtázar.