De entre los perdedores, la categoría de los perdedores por indolentes, abúlicos o cobardes nos permite formular una curiosa y tal vez inextricable paradoja. Suponemos que nuestro perdedor es de los que acabamos de singularizar, de los que han perdido lucidez y no pueden valorar ya su irrecuperable estado, su conciencia estrechada por años de desidia y falta de disciplina.
Pero si ese perdedor de pronto se detiene sobre su actual situación, si de hecho lo hace, percibirá desde su disminuida conciencia la ruina de su vida y aun y aún deberá deducir ésa su escasa conciencia. De otro modo, deberá percibir, y así recibir la lengua de fuego de alguna forma de lucidez, su propio aturdimiento, pero sabiendo que nada de él queda fuera de ese aturdimiento.
Esa lucidez anonadada estará negando su propio contenido. En cuanto se regocije en esa negación, se perderá.
Pero si ese perdedor de pronto se detiene sobre su actual situación, si de hecho lo hace, percibirá desde su disminuida conciencia la ruina de su vida y aun y aún deberá deducir ésa su escasa conciencia. De otro modo, deberá percibir, y así recibir la lengua de fuego de alguna forma de lucidez, su propio aturdimiento, pero sabiendo que nada de él queda fuera de ese aturdimiento.
Esa lucidez anonadada estará negando su propio contenido. En cuanto se regocije en esa negación, se perderá.
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