Las metamorfosis son siempre la decadencia de algo, de la forma que desaparece en un suspiro prolongado, como la sostenida extinción de la llama de una vela, que ni resiste a la corriente suave, pero constante, que la visita.
Los bebedores tradicionales son testigos de que con su juventud se fue una manera de beber. Se fue su juventud y se fueron sus hazañas, dudosas como todo lo que sucede en un mundo pequeño e inmunizado. Han visto las ruinas de las tascas en que se les fueron los años con la dulzura del vinagre y el olvido. Se refugian en parques acotados y no levantan la voz más allá de algunas fórmulas para las que el buen tono exige cierta potencia.
La metamorfosis es de un animal colectivo que deja atrás a individuos (el metabolismo de ese animal proteico) que no pueden aspirar más que a convertirse en representantes protegidos de alguna rareza obsoleta, que ni pueden imaginar que a veces las metamorfosis son sólo fragmentos de un ciclo que devolverá sus ceremonias de vino tinto y ronda impertérrita al primer plano.
Ahora, animados de esa esperanza, suelen caer en la cuenta de que en la siguiente ocasión será ya sin ellos. Que tal vez sólo unos pocos de los suyos prorroguen improbablemente su borroso recuerdo. Apenas durante otro breve lapso, siempre cantidades despreciables. Que aquel animal desprecia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario