Los jóvenes, que seguramente serán razonablemente eficaces en su objetivo de reconducción. Los jóvenes animados desde las ideas que otros abandonaron y desde un interés que quizá no sea propiamente el suyo.
Estos jóvenes preparan el terreno y lo mantienen ocupado, pero un examen más atento revela sus diferencias, el trayecto entre unos y otros, los diferentes registros de la pulcritud y del peinado.
Lo cual, a su vez, nos habla del acordeón de las ideas y las ideologías, de cómo las ideas se revisten y se despojan de añadidos, a merced de algún viento que todavía no se huele. Pero esos jóvenes se saben o se creen competentes y a favor de su entusiasmo, que diríamos que viene de fábrica.
Las gentes que van llegando amagan, pero si se les compara con los jóvenes madrugadores son advenedizos no admisibles en la casta de los suaves monjes y soldados. Además temen las prisas o la precocidad en su éxtasis político, como si el día tuviera sólo una gran ocasión a la que hay que llegar frescos y contenidos. Los jóvenes son inmunes a tal preocupación y saben o creen saber que son los imprescindibles; algún día no ignorarán que la representación comenzó hace días, o comenzó cuando comenzó, como si algo no lo fuera y teatro no fuera. Se afanan los técnicos con sus conexiones: "Este lugar que pisáis es el centro de las Españas; pero porque vos aquí habéis puesto el pie", se dirán los unos a los otros. El mundo nunca es suficiente. La mañana avanza como una promesa rectilínea hacia un cénit con amplificadores. Con verdades como botellines de agua mineral.
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