Estuve viendo El hombre que pudo reinar hasta el momento de triunfo de los sargentos en su gran juego. Recordaba la caída anunciada y estaba muy cansado.
No la había visto desde su estreno en España y no recuerdo si, además de la de anoche, he despreciado durante estos treinta años otras ocasiones de hacerlo, sin contar la de todos los días en que el DVD se aburre en la estantería
Recordaba unas cosas, detalles tal vez nimios, y había olvidado otras fundamentales. Curiosa y erróneamente, creía recordar que en la película aparecía un escritor que hacía pensar en Kipling (lo cual era bastante estúpido, pero así durante muchos años y no creo que tal confusión provenga de mis lecturas: el periodista en el relato de Kipling no dice que se llame Kipling, pero esa misma historia es otra historia). Como se sabe, en la película Kipling es Kipling e incluso todos le llaman Kipling.
Esa fue mi madrugada vagamente alucinada, una mula cruzando el Hindu-Kush, el final del orden cerrado. Un dios hecho humano, demasiado humano. El sueño de los héroes y el sueño de los suboficiales.
El caso es que estas experiencias nos permiten también recordar algo que solemos olvidar. Me refiero a los inesperados caprichos de la memoria. Qué monstruos no engendrarán sus sueños.
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