No hay un tiempo de los cencerros. Hay tiempos y heterogéneos de los cencerros. En las noches o demasiado cercanos o tan lejanos, definidores de lo que es lejos. De pronto, en el paseo solitario, como desde detrás de los robles cercanos o quién sabe desde dónde. Las vacas o las tristes yeguas marcadas por la infamia destemplada, sordas ya a la música de su pescuezo.
¿Son estos animales un resultado etológico del cencerro? ¿La estoica o la de pronto impaciente vaca son hijas del cencerro, de su música inevitable y cuadrúpeda?
No estamos en condiciones de decidirnos por ésta o aquélla respuesta. Apuntaríamos con la debida precaución que en la ciudad los cencerros son perversos y polimorfos y acompañan a los bípedos con la obstinación de un parásito, desesperado y rabioso, harto del cencerro que le acompaña desde su nacimiento de parásito en busca de un huesped paciente, sordo, no superpoblado.
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