Todo empezó cuando permití que el coche tomase más velocidad de la debida. Cuesta abajo, con ganas de llegar, recorrí un par de kilómetros de modo imprudente. Afortunadamente, recuperé la sensatez o la atención debida a los posibles escenarios alternativos (porque a las curvas no les había retirado esta última) de mi trayectoria y proseguí el viaje con mayor compostura y corrección.
Debo decir que mi intención nunca fue la de acelerar bajando, pues siempre pensé que aquí correspondía acelerar subiendo como debió de acelerar la caballería polaca que puerto arriba mandó el Emperador, quien solía disponer de sus tropas de manera similar a como yo dispongo de mis libros de viaje o a como me gustaría hacerlo una vez que, vencidas las naturalísimas reluctancias, me pongo en viaje hacia el Sur o hacia las montañas, hacia Montélimar o hacia la cama.
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