El correo debía entregar un mensaje al general en jefe de aquel ejército. Conocedor de su oficio y del país, supo leer las señales de la emboscada y la evitó por una trocha que sólo él conocía. También conocedor en su humildad de los hombres, consideró la hipótesis de que la emboscada mortal había sido organizada por ese mismo gran general, destinatario de su mensaje cifrado y sellado, que ahora le interrogaba al tiempo que se esforzaba (con ese su otro oficio que le había llevado a mandar a muchos hombre) por disimular su contrariedad.
¿Cómo era posible que no hubiera caído en la emboscada? había de convertirse en un casual ¿Qué camino seguiste? o ¿alguna novedad extraordinaria?, pero el general le interrogó con el desapego que corresponde a un hombre de categoría superior.
No hay acuerdo acerca del origen del mensaje. O bien un superior le comunicaba una orden o bien un subordinado le transmitía una información crucial que debía motivar una acción ineludible y que -por tanto- era también una orden. El general quería conocer el mensaje, pero poder ignorar sus consecuencias. No le faltarían argumentos para justificar, de saberse o de sospecharse, su conducta y convertirse en un héroe que nunca fue traidor; ése era su oficio y por algo había llegado a tener su oficio.
¿Cómo era posible que no hubiera caído en la emboscada? había de convertirse en un casual ¿Qué camino seguiste? o ¿alguna novedad extraordinaria?, pero el general le interrogó con el desapego que corresponde a un hombre de categoría superior.
No hay acuerdo acerca del origen del mensaje. O bien un superior le comunicaba una orden o bien un subordinado le transmitía una información crucial que debía motivar una acción ineludible y que -por tanto- era también una orden. El general quería conocer el mensaje, pero poder ignorar sus consecuencias. No le faltarían argumentos para justificar, de saberse o de sospecharse, su conducta y convertirse en un héroe que nunca fue traidor; ése era su oficio y por algo había llegado a tener su oficio.
El correo optó por un relato falso. Había seguido el camino real, que era el camino convenido. Transfería así cualquier responsabilidad a los sicarios. El general, aun extrañado, contuvo su furia (ahora dirigida contra sus hombres) e ideó una estratagema que le pareció digna de su inteligencia probada. Le mandó de vuelta con un mensaje al tiempo que secretamente le hacía seguir para tener así constancia del camino que tomaba.
No contó en ese momento el gran estratega con que las emboscadas como las que el había dispuesto son unidireccionales, con que sus hombres de confianza no detendrían a un viajero que transitase en el sentido que no esperaban. Pero el general era un hombre inteligente -no lo negaremos y no dejaremos de recordarlo- y no tardó en percatarse de este problema menor. Contaba con palomas convenientemente adiestradas que haría llegar a sus hombres el nuevo objeto de la emboscada.
Con tan mala suerte que la primera paloma llegó al jefe de la partida cuando el correo ya había pasado -esta vez o no vio las señales o muy astutamente averiguó que las emboscadas suelen ser como quedó dicho- por el desfiladero donde le esperaban. Sin embargo, los ya muy impacientes sicarios mataron a su compañero, el que seguía a distancia al correo, que llegó más tarde que la paloma y que no llevaba ningún mensaje que ellos pudieran descifrar.
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