La música pop presta a incorporarlo junto con sus síncopas ejecutivas y levemente interrogantes, seguidas a veces del golpe al cargador, que suena como las maracas de todo el batallón.
Ahora bien, el cornetín de órdenes en un avatar impensado, raramente festivo, como la mismísima gallina, que reconcilia a unos cuantos millones con su juventud biempensante y reencontrada por gracia de unos genios salvadores y sus populares observaciones.
El tiempo reencontrado con la ventaja del convencimiento de haber tenido razón y haber sido los verdaderos demócratas. La buena conciencia como instrumento político que les justificará retroactivamente, en un mundo construido con el opio vulgar de las gentes de bien.
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