Mil cien metros de altitud el día de San Sebastián. Dieciséis grados centígrados a mediodía. Los gorriones urbanos se concentran en las oquedades que ofrecen escasa agua y refresco. En la sierra, los pájaros deben de andarse entreteniendo con otros afanes. Las moscas se conducen veraniegas. Comentan nuestra perplejidad en sus vuelos sabios por azarosos. Las arañas caen en las trampas habituales. Fregaderos, tulipas, la edad de la piedra pulimentada. Los jabalíes no se abstienen y visitan los barrancos que desembocan cerca, así todo el monte sea para ellos este invierno. Las vacas bordean la carretera para que los automovilistas crean que las vacas bordean la carretera. Por amor a las cunetas, la vaca preñada entretiene al pasajero ocioso. Arriba, caballos con cencerro. No es música noble. Las yeguas son carnívoras por el frío y por el calor. O por su concierto. El cortafuegos me recuerda mis experiencias en la peluquería amateur. Los prados y el pinar se adornan de su tan querida bisutería de bolsas de plástico y botellas. La luz del Sol es de polvo, como en agosto.
2 comentarios:
Aria serrana a cuento del eufemista y, sin embargo, incisivo cambio climático. Las vacas siempre han hecho filosofía, pero la de los conductores es otra. Así todo, que es casi decir lo mismo, mas no siempre. Las moscas no hacen filosofía y no sabemos si al volar "se conducen" de una manera determinada, una manera que nos induzca a invernales, y quizás "profundas" reflexiones (o refracciones, no está claro).
Aún creemos que todo es monodia -decires de la percepción- pero no cabe duda que equivocarse siempre tendrá sentido.
Qué gusto me ha dado leerle -que no lerele-.
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