Víctor Jara cantaba canción de tal título. Entre nosotros, Luar na Lubre publicó una versión no ha mucho. También entre nosotros, el Presidente ha dicho -lo dijo ayer- que "nada ni nadie va a detener el derecho de todos los españoles para vivir sin bombas y sin violencia". También que su "energía y determinación para ver el fin de la violencia y alcanzar la paz es hoy, aún si cabe, mucho mayor". Según las fuentes o quizá según las repeticiones que él mismo pudo pronunciar hay variantes de estas palabras que pueden considerarse menores.
No dudamos de que el Presidente sea consciente del alcance real y no ilusorio de sus palabras, esto es, de cómo se logran los objetivos a los que apunta. Pero esa consciencia que le suponemos no parece implicar en su caso la necesidad de llamar a las cosas por su nombre: en realidad, estamos interpretando en beneficio del orador. Y al decir esto lo hacemos desde la mayor generosidad que se nos alcanza para con los terroristas: la de hacerles saber que la paz sólo puede ser su derrota absoluta. Porque la paz es una victoria del más fuerte.
Como también somos generosos con el lenguaje del presidente, sus palabras sólo nos pueden hacer pensar en la triste decadencia del raciocinio en nuestros días. Dado que el Presidente sólo puede referirse al aplastamiento del terrorismo -que no incluiría necesariamente el aplastamiento de todos los individuos terroristas-, no nos explicamos lo absurdo y melifluo -bien que raramente sincopado- de su verbo. ¿Ha sido su política razonable en los hechos y, en cambio, considera que la demanda política prefiere el léxico y el discurso incoherentes? Él y nosotros estamos seguramente presos de la palabrería absurda y del pensamiento que se adivina tras ellas. Pero dejemos tan ardua materia, pues nada es más desgradable a la postre que la generosidad desmedida. Sólo añadamos que si un derecho no tenemos es el de vivir en paz. Por lo menos hasta que no vivamos o lo que sea en ese patio donde la paz es perpetua.
No dudamos de que el Presidente sea consciente del alcance real y no ilusorio de sus palabras, esto es, de cómo se logran los objetivos a los que apunta. Pero esa consciencia que le suponemos no parece implicar en su caso la necesidad de llamar a las cosas por su nombre: en realidad, estamos interpretando en beneficio del orador. Y al decir esto lo hacemos desde la mayor generosidad que se nos alcanza para con los terroristas: la de hacerles saber que la paz sólo puede ser su derrota absoluta. Porque la paz es una victoria del más fuerte.
Como también somos generosos con el lenguaje del presidente, sus palabras sólo nos pueden hacer pensar en la triste decadencia del raciocinio en nuestros días. Dado que el Presidente sólo puede referirse al aplastamiento del terrorismo -que no incluiría necesariamente el aplastamiento de todos los individuos terroristas-, no nos explicamos lo absurdo y melifluo -bien que raramente sincopado- de su verbo. ¿Ha sido su política razonable en los hechos y, en cambio, considera que la demanda política prefiere el léxico y el discurso incoherentes? Él y nosotros estamos seguramente presos de la palabrería absurda y del pensamiento que se adivina tras ellas. Pero dejemos tan ardua materia, pues nada es más desgradable a la postre que la generosidad desmedida. Sólo añadamos que si un derecho no tenemos es el de vivir en paz. Por lo menos hasta que no vivamos o lo que sea en ese patio donde la paz es perpetua.
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