Los transeúntes buscan el sol y protegerse del viento. Unos y otros comentan las ventajas de unas y otras estrategias: la sabia elección de un paseo, una esquina peligrosa o una rinconera tibia. Los transeúntes se han instalado en el entretiempo perpetuo. Las estaciones y, sobre todo, la meteorología solsticial se hacen tan sutiles como el inasible presente que, al parecer de tantos, era un futuro que será y ahora ya es pasado. Viven pendientes de las promesas climáticas que entrega el paso acelerado del calendario con su ciclo, tal vez su espiral, atroz.
Unánimes, los transeúntes han aparecido a hora fija y desertarán con igual exactitud y unanimidad. Las calles quedarán para las almas muertas del invierno. Para un no saber qué hacer o qué acera goza del beneficio del mediocre sol de enero.
Hay un momento en que la ciudad es un desierto de raro silencio que nos alcanza como un heraldo de un desastre contundente aunque callado. Un coche pasa muy despacito por la avenida... En lenguaje técnico, la única música viene del pasado aunque salga de alguna ventana. En la calle nadie está para bailes. Las familias siguen sentadas a la mesa. De eso también hace años, numerosos y atroces.
Unánimes, los transeúntes han aparecido a hora fija y desertarán con igual exactitud y unanimidad. Las calles quedarán para las almas muertas del invierno. Para un no saber qué hacer o qué acera goza del beneficio del mediocre sol de enero.
Hay un momento en que la ciudad es un desierto de raro silencio que nos alcanza como un heraldo de un desastre contundente aunque callado. Un coche pasa muy despacito por la avenida... En lenguaje técnico, la única música viene del pasado aunque salga de alguna ventana. En la calle nadie está para bailes. Las familias siguen sentadas a la mesa. De eso también hace años, numerosos y atroces.
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