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miércoles, enero 17, 2007

Genotipo

De mi madre, no sé qué; de mi padre heredé su falta de ambición, lo cual -si se piensa- es algo difícil de heredar en términos darwinianos. Por así decirlo, yo soy uno de los componentes del pequeño residuo de ambición que podía guardar. Y ello es también demasiado decir porque si a algo se opone la ambición, es a la inercia que lleva al varón a una cosa lo mismo que a la otra, según el cansino compás que le impone el vecindario, que es la parte del mundo que le importa.
Si pienso que la escasa ambición es un rasgo de carácter perfectamente aleatorio que a mí me tocó y con el que resultó también e independientemente agraciado mi padre, no puedo sino alegrarme, pues otras combinaciones pueden ser bastantes más tóxicas. Me cuesta ponerme en el pellejo de un ambicioso, pero sí imagino un padre ambicioso; tan ambicioso como para serlo para sí y para su hijo, aun en los escasos ratos que sus afanes le permitieran dedicar a un futuro tan luminoso para el progenitor como tenebroso para el primogénito.
He de aclarar, sin embargo de lo anterior, que la vida me ha empujado por sendas de cierto esfuerzo al que, generalmente, no me he podido negar. La consecuencia ha sido que paso por un hombre de éxito, capaz y no poco ambicioso. Me libré de los proyectos de un padre de los que lo quieren todo, pero no de los laberintos del entorno, al que he debido plegarme, secundado por esa mi falta de ambición y mi correlativa falta de carácter. Tal vez hubiera preferido un súbito y único golpe de fortuna que me convirtiera en lo que he llegado a ser. Tal vez debiera haber jugado alguna vez a la lotería. Quién sabe, pero nunca lo hice porque a mi falta de ambición y mi falta de carácter siempre se ha unido un doloroso escepticismo. Yo soy el primer sorprendido, pero explico mi éxito pensado justamente en la bolita de la lotería. Soy esa bolita y me ha tocado el poder y la gloria (A escala reducida, pero que no está mal. Qué caramba!)

Tomado de William Roth, Paths of Gore, 1994.

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