En sus diversas variedades y en sus diversas terapias caseras, la procrastinación nos surte puntual de paradojas. Así, las pequeñas tareas que han de iniciar una disciplina y que son una excusa bienvenida para dejar lo importante para mañana. O, cuando la procrastinación vive del déficit de la constancia, de la atención desordenada, y se busca obligaciones polimorfas. Así, un blog. Mañana no ha llegado, se dice el procrastinador. Quevedo le avisa de que ya no es ayer. La procrastinación ama el número cuatro, como es bien sabido, y el número cuatro se deja querer, pero reserva cualquier compromiso para un futuro vago y ordenado en la utópica isla de, por ejemplo, Microsoft Project, con violines que anuncian que el esqueleto de la moral y de la ética es un cronograma. El procrastinador levanta acta de sus futuras agendas, que la imperfección no ha de rozar.
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