Las banderillas y su vinagre admiraban a nuestra niñez desde su altar de flor de todos los caprichos. Sobre el cinc o sobre la madera desgastada, anfractuosa a los dedos y a la vista, contra los toneles o delante de los calendarios taurinos, en el seno del olor a vino, en platos ovalados, en la hojalata brillante y amarilla, allí las anchoas, cebolletas, pepinillos o huevos cocidos y rebozados, rejoneados todos del palillo polimorfo y postprandial, su gran abstractor minimalista y tusquetsí. Banderillas en el polvo y polvo en las banderillas, siempre atentas a las conversaciones de los, a estas alturas de este escrito, inevitablemente denominados parroquianos.
Banderilla es voz que se va perdiendo como se pierden ciertas vinagretas primitivas e industriales, licores que procedían de bajeras frescas e insondables, que se distribuían a horarios secretos y clandestinos, que se anunciaban con una leve contracción gutural que era como un saludo sutil. Las banderillas se perdieron como se perdieron las rosas y se fueron al otro barrio todos los poetas vinosos de la antología.
Banderilla es voz que se va perdiendo como se pierden ciertas vinagretas primitivas e industriales, licores que procedían de bajeras frescas e insondables, que se distribuían a horarios secretos y clandestinos, que se anunciaban con una leve contracción gutural que era como un saludo sutil. Las banderillas se perdieron como se perdieron las rosas y se fueron al otro barrio todos los poetas vinosos de la antología.
1 comentario:
postprandial, abstractor, tusquetsi, tal vez bellas palabras, si existieran...
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