No estamos acostumbrados a la temperatura suave y a la noche cuando no hace tanto que nos hemos levantado. Quiero decir que son las siete de la tarde y los termómetros marcan doce grados. Estoy en una ciudad desconocida, concluyo, y sigo por rutas que he frecuentado.
Es una facultad propia y bien conocida del flâneur, la capacidad de auto-extrañarse, de oscilar entre la consideración del lugar como extraño y la de la propia extrañeza. Al menos, eso indican los manuales más prestigiosos y a ellos nos atenemos.
Las calles, que es de lo que se trata, están llenas (se trata de un fenómeno muy conocido para los psicólogos) de individuos jóvenes que han venido de otras, variadas y lejanas tierras.
No sabemos qué heredarán estos chavas, se pregunta un caballero con el que me cruzo. La ciudad parece darle siempre algo que admirar y dejo su interrogante a la violeta como un epigrama al margen de la Gran Vía.
Es una facultad propia y bien conocida del flâneur, la capacidad de auto-extrañarse, de oscilar entre la consideración del lugar como extraño y la de la propia extrañeza. Al menos, eso indican los manuales más prestigiosos y a ellos nos atenemos.
Las calles, que es de lo que se trata, están llenas (se trata de un fenómeno muy conocido para los psicólogos) de individuos jóvenes que han venido de otras, variadas y lejanas tierras.
No sabemos qué heredarán estos chavas, se pregunta un caballero con el que me cruzo. La ciudad parece darle siempre algo que admirar y dejo su interrogante a la violeta como un epigrama al margen de la Gran Vía.
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