La recuperación exige una continuidad y una discontinuidad. Así la del llamado patrimonio histórico o artístico, pues algo se debe haber perdido para poder recuperarlo. El mantenimiento no exigiría, opinará el lexicógrafo, discontinuidad alguna.
Pese a las precauciones a las que ese lexicógrafo es más bien ciego, aceptemos que, por lo que hace a la recuperación de bienes de valor histórico o artístico, éstos deben haberse perdido o arruinado, aunque no del todo, claro.
Naturalmente, no todo lo que se tiene se ha de mantener ni todo lo que se ha perdido, recuperar. De hecho, sucede que la popularización y extensión demagógica de los mantenimientos y las recuperaciones lleva a la vindicación de bienes de los que nos separa poco o nada: patrimonio de escaso o nulo valor y cuya presencia imposibilita una razonable reforma o sustitución, tradiciones que hemos visto aparecer de la nada incluso en nuestra edad adulta y que son instrumentos para la política identitaria, por llamarla de algún modo, de nuestros pecados.
El fenómeno es genéricamente el de la disminución de la distancia mínima necesaria entre sujeto y objeto para la consideración de éste como perteneciente a una categoría determinada. Si se quiere: en otro tiempo el antropólogo debía realizar su trabajo de campo en lejanas colonias o partes del imperio; en la actualidad, lo puede llevar a cabo, y cómodamente, en su propia comunidad autónoma. Más en serio para algunos: Marvin Harris concluye con dudoso acierto y menor éxito su carrera académica aplicando las categorías de la antropología al capitalismo americano. La historia (y la prehistoria) es ya lo de ayer.
Y lo de ayer, muchas veces producto de ínfima calidad, es ya vindicadísmo bien u objeto histórico-artístico. La discontinuidad es mera microscopía. O puede ser que nuestro lexicógrafo sea más superficial todavía de lo que imaginamos y recuperar algo sea siempre recuperar o mantener otra cosa distinta.
Pese a las precauciones a las que ese lexicógrafo es más bien ciego, aceptemos que, por lo que hace a la recuperación de bienes de valor histórico o artístico, éstos deben haberse perdido o arruinado, aunque no del todo, claro.
Naturalmente, no todo lo que se tiene se ha de mantener ni todo lo que se ha perdido, recuperar. De hecho, sucede que la popularización y extensión demagógica de los mantenimientos y las recuperaciones lleva a la vindicación de bienes de los que nos separa poco o nada: patrimonio de escaso o nulo valor y cuya presencia imposibilita una razonable reforma o sustitución, tradiciones que hemos visto aparecer de la nada incluso en nuestra edad adulta y que son instrumentos para la política identitaria, por llamarla de algún modo, de nuestros pecados.
El fenómeno es genéricamente el de la disminución de la distancia mínima necesaria entre sujeto y objeto para la consideración de éste como perteneciente a una categoría determinada. Si se quiere: en otro tiempo el antropólogo debía realizar su trabajo de campo en lejanas colonias o partes del imperio; en la actualidad, lo puede llevar a cabo, y cómodamente, en su propia comunidad autónoma. Más en serio para algunos: Marvin Harris concluye con dudoso acierto y menor éxito su carrera académica aplicando las categorías de la antropología al capitalismo americano. La historia (y la prehistoria) es ya lo de ayer.
Y lo de ayer, muchas veces producto de ínfima calidad, es ya vindicadísmo bien u objeto histórico-artístico. La discontinuidad es mera microscopía. O puede ser que nuestro lexicógrafo sea más superficial todavía de lo que imaginamos y recuperar algo sea siempre recuperar o mantener otra cosa distinta.
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