La que luego será bifurcación era un punto anónimo del camino. Cuando volvimos sobre nuestros pasos -porque estaba claro que por allí no íbamos a ningún sitio, si no era a la paridera en el claro del hayal-, dimos por llamar a ese punto la bifurcación. Nosotros habíamos seguido por lo que parecía el camino más pisado(1) o, digamos, la línea continua más libre de vegetación.
Ese camino más pisado había sido una señal de naturaleza causal, que se había revelado como equívoca o falsa. Tomamos entonces por el otro lado y agudizamos nuestra vista para descubrir señales convencionales (pintura sobre árboles, un apilamiento de piedras,...), pero es de temer que imagináramos a un sujeto intencional y semiótico demasiado amante de la pareidolia y sus mentiras.
Al poco, el segundo camino cruzaba, supusimos, un prado y al otro lado se debían encontrar nuevamente las señales que habrían de corroborar que era el bueno. Sin embargo, no quedaba claro en qué dirección precisa habríamos de cubrir el trayecto indiferente del prado. Debíamos apuntar, por así decir, de acuerdo con nuestra previsión, con nuestro rumbo a gran escala, para lo que era indispensable la capacidad de disponer de señales más elaboradas y de la capacidad de interpretarlas.
Lo que, además de no ser el caso, nos hacía preguntarnos por la utilidad de las señales de los dos primeros tipos referidos, convertidos en código cartográfico (más o menos icónico) o en un hábito para el que ninguna metáfora, y menos la del mapa, es recomendable.
(1) Y que simplemente había parecido el camino, sin solución de continuidad, cuando pasamos la primera vez.
Ese camino más pisado había sido una señal de naturaleza causal, que se había revelado como equívoca o falsa. Tomamos entonces por el otro lado y agudizamos nuestra vista para descubrir señales convencionales (pintura sobre árboles, un apilamiento de piedras,...), pero es de temer que imagináramos a un sujeto intencional y semiótico demasiado amante de la pareidolia y sus mentiras.
Al poco, el segundo camino cruzaba, supusimos, un prado y al otro lado se debían encontrar nuevamente las señales que habrían de corroborar que era el bueno. Sin embargo, no quedaba claro en qué dirección precisa habríamos de cubrir el trayecto indiferente del prado. Debíamos apuntar, por así decir, de acuerdo con nuestra previsión, con nuestro rumbo a gran escala, para lo que era indispensable la capacidad de disponer de señales más elaboradas y de la capacidad de interpretarlas.
Lo que, además de no ser el caso, nos hacía preguntarnos por la utilidad de las señales de los dos primeros tipos referidos, convertidos en código cartográfico (más o menos icónico) o en un hábito para el que ninguna metáfora, y menos la del mapa, es recomendable.
(1) Y que simplemente había parecido el camino, sin solución de continuidad, cuando pasamos la primera vez.
2 comentarios:
¿Pareidolia?
Ay, el camino. Cuántos se trazan para llegar a donde estábamos.
Muchas gracias, conocía el fenómeno -cómo no- de primera mano. Su denominación no.
Da para todo un blog.
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