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martes, enero 22, 2008

Política artística

La derecha española está mal diagnosticada. Y es que para entenderla cabalmente hay que apuntar que es resultado del romanticismo o, al menos, correlato o análogo suyo. Antes de Frankestein, como se sabe, artista era el que fabricaba objetos artísticos. Después, arte es ni más ni menos lo que hace (facit) o incluso lo que hace (agit) el artista, categoría en la que se ingresa con el descaro con el que se recuerda un axioma. Pues bien, la derecha es un artista moderno.
Porque observamos que el discurso de la derecha concentra la virtud política en lo propio de sus propias acciones, las cuales, si ejecutadas por otro, pierden toda su potencia y, antes bien, se convierte en viciosa, inconveniente o inane, torpeza.
No faltará quien señale que esta preeminencia del ejecutante –que calificaría de por sí la calidad de la acción ejecutada– no es sola de la derecha y que es incluso rasgo que mejor distingue o caracteriza a la izquierda. Aquí no discutiremos tal, pero habráse de concluir (porque no parece errada la acotación) que lo que predomina a uno y otro lado, antes que el juicio por los frutos, es el sujeto como núcleo de acreción de partidarios y que las razones para la existencia de uno y otro núcleo enfrentados son oscuras, impermeables y, sobre todo, confusas. Y más en este país de todos los artistas.

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