Subió por la escalera. O comenzó a subir por la escalera porque se arrepintió a la altura de la segunda planta y pulsó el timbre del ascensor. Ya se abría la doble puerta metálica cuando recuperó su voluntad de treinta y seis escalones más abajo y emprendió de nuevo, y de dos en dos, la subida por la escalera.
Llegó al piso donde se encontraba la consulta del dentista, dio su nombre a la recepcionista y esperó su turno. Treinta minutos más tarde recogió de manos de ésta una tarjeta con los datos de la nueva cita, se despidió y llamó al ascensor. Pulsó el botón con la letra B y con el leve respingo de costumbre la máquina se puso en marcha.
El arrepentimiento le llegó a mitad del camino. Pulsó el stop cerca del tercer piso. Por un momento temió algún incidente o contratiempo, pero tras oprimir luego el botón con el número tres, el ascensor le dejó en ese piso.
Ya había bajado un par de escalones cuando volvió sobre sus pasos y pulsó el botón de llamada (el ascensor, bastante anticuado por cierto, seguía allí) y éste le transportó obediente y leal hasta el punto más bajo de su recorrido.
Salió a la calle. El día seguía con un aire de indiferencia plena y comenzó a preguntarse sobre la peculiar simetría de sus caprichos. (Al poco, cambió de pregunta, pero no le costó mucho darse cuenta de que seguía siendo la misma pregunta.)
Llegó al piso donde se encontraba la consulta del dentista, dio su nombre a la recepcionista y esperó su turno. Treinta minutos más tarde recogió de manos de ésta una tarjeta con los datos de la nueva cita, se despidió y llamó al ascensor. Pulsó el botón con la letra B y con el leve respingo de costumbre la máquina se puso en marcha.
El arrepentimiento le llegó a mitad del camino. Pulsó el stop cerca del tercer piso. Por un momento temió algún incidente o contratiempo, pero tras oprimir luego el botón con el número tres, el ascensor le dejó en ese piso.
Ya había bajado un par de escalones cuando volvió sobre sus pasos y pulsó el botón de llamada (el ascensor, bastante anticuado por cierto, seguía allí) y éste le transportó obediente y leal hasta el punto más bajo de su recorrido.
Salió a la calle. El día seguía con un aire de indiferencia plena y comenzó a preguntarse sobre la peculiar simetría de sus caprichos.
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