Después de las consideraciones ofrecidas acerca de la inversión temporal, erijamos la tan caduca hipótesis del tiempo ortogonal, el cual ofrece la posibilidad de tiempos que nos dejan en la simultaneidad con el tiempo que nos sigue siendo, en nuestras peliculillas poco informadas, el verdadero. Supongamos ahora que no sabemos cuál es éste y que ninguno es superior a los otros. Cada instante se puebla de historias y eso en cada tiempo. Ahora -en este eje de la insignificancia- están surgiendo y caen imperios además de muchas generaciones de hojas. Y ni antes ni más tarde de cuando uno de esos millones de hojas se le ha antojado a no sabemos quién congelado en el aire, se han sucedido rigodones enteros de la deriva continental en el menos animado de los planetas.
La palabra cuya enunciación ocupa una fracción de segundo no ha dejado descansar al espectrógrafo y por la ventanilla han pasado dos novelas y una conversación que no sabemos datar. Ahora nos internamos por un paisaje detenido donde subitáneos interlocutores nos hacen ameno una memoria probablemente falsa.
Otro interlocutor nos habla de la cristalina ventana de la memoria y nos dice que es la prueba de la verdad: "Es verdadero porque decimos que es tu memoria". Incluso, relatos fidedignos, reconstrucciones honestas se acentúan vibrantes y nos dicen que son nuestro recuerdo.
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