Las chucherías. Las chuches de ahora mismo. Con su prestigio contradictorio y la gelatina como materia prima para recibir la forma de las modas o de los chistes. O el agua coloreada, que se vendía congelada o sin congelar. O que incluso se consumía sin congelar en un contradictorio prestigio de rareza y novedad, como la prima de Ramón.
La peseta como unidad del consumo necesario, del consumo semafórico de la niñez a medias, de la niñez como clase ociosa de la clase proletaria. Ya por entonces nos fuimos especializando en una pésima administración del excedente. O en hacer el tonto, que viene a ser lo mismo, al menos mientras queda excedente.
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