El verano y la sucesión de los veranos nos sume en un estado imperdonable. La pérdida de ímpetu -o acaso la memoria y tal vez falsa de antiguos ímpetus estivales- nos lleva a la consideración de los nuevos ritmos, los compromisos difícilmente evitables, la pérdida del ocio o de la despreocupación. Los años venideros se tintan de un cielo agridulce y también de un sentimiento de cierre o final a poco que extrapolemos la sucesión que nos figuramos. Lentamente, pero sin remedio, cerraremos o se irá cerrando el quiosco. Lo cual hace pensar en un cierre de persianas como párpados o de párpados como estores, en un verano a veces terrible o ameno como el mejor de los atardeceres.
Porque ahora tenemos las ceremonias veraniegas de quienes nos precedieron y también las nuestras propias, con sus calidades y tonos astringentemente miméticos; tenemos las de los niños, que delante de nuestros ojos dibujan velocidades que nos superan y nos dejan muy atrás, como a pequeños animales terráqueos que ven alejarse a los vencejos.
Porque ahora tenemos las ceremonias veraniegas de quienes nos precedieron y también las nuestras propias, con sus calidades y tonos astringentemente miméticos; tenemos las de los niños, que delante de nuestros ojos dibujan velocidades que nos superan y nos dejan muy atrás, como a pequeños animales terráqueos que ven alejarse a los vencejos.
1 comentario:
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