La canícula nos aguarda como una constelación de fuentes agostadas pero que conserva el brillo de un espejismo. Las amenas madrugadas que Sirio, se supone, ha de presidir oculta. Acudimos a las bodas térmicas del secarral y del asfalto. Tenemos todo preparado para las furtivas noches, para el agobio infantil de los días.
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