Tanta gente que decidimos seguir los acontecimientos desde casa, retirados en la paz imposible de los adosados de la sierra. Es lacht der Mai, nos comentan felices los telediarios y procedemos a recopilar las flores del día y las hojas de los calendarios. En el Congreso de los Diputados, el Policía Nacional de guardia se esconde ante los turistas que casi deciden cabalgar los leones para su foto, nada nuevo. Más abajo un joven explica en inglés a un visitante también juvenil algún episodio asombroso, fantástico y absurdo (y pese a ello totalmente falso, un fruto de la ignorancia pretenciosa) de la historia de España, algo sobre árabes y no sabemos muy bien quiénes más.
Más arriba, los líderes sindicales han comenzado a entretener al público asistente (ya dijimos que luego les oiríamos en televisión), cada uno en su estilo, en sabio contrapunto y en chanza que los oyentes reconocen y agradecen, como reconocen y tal vez agradezcan el vino de las tabernas.
Esperan los bocadillos de calamares, los animosos socios del Ateneu de no sé qué localidad catalana marchan de museo en museo, las colas serpentean como serpientes sin cabeza. Una muchacha oriental canta boleros para desconcierto de los visitantes del Jardín Botánico. Han dado el Premio Nacional de Literatura a Ángel Palomino. Eso escribía en un poema Roberto Iglesias un año que también le dieron el Premino Nacional de Literatura a Ángel Palomino. El ministro Moyano, don Claudio, advierte que la instrucción pública se derrama como una babel y cinco marcelinos de los rebosantes quioscos de prensa.
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