Así como existen autodidactas, abundan los autoépicos, que son miles y son gloriosos, si se nos aguanta el fácil chiste. Si el autodidacta no ha precisado de intérprete para los textos a que se ha enfrentado solo, el autoépico se lee en la Ilíada, sus vacaciones en la Odisea y su operación de fimosis no sabemos bien si en el Ramayana o en el Mahabharata. Orlando Furioso es su carnet de baile y la Araucana, su militancia en una ONG.
El final de todo autoépico es ejemplar, en la ciudad sitiada de su domicilio asediado, en la nimia resurección de su esquela, escandida en hexadecasílabos altamente irregulares.
El final de todo autoépico es ejemplar, en la ciudad sitiada de su domicilio asediado, en la nimia resurección de su esquela, escandida en hexadecasílabos altamente irregulares.
1 comentario:
creo que mejor autodidactos, o si te refieres a personas, autoépicas
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