La política en la que andamos nos ha instalado en el laberinto insalubre de las buenas intenciones. Con el diálogo todo es posible. Salvo lo que es imposible, por ejemplo. Entiéndase, nuestros principios son para cuando estamos de acuerdo. Si las cosas se ponen difíciles, ya buscaremos cómo se arreglan.
La declaración y la declamación de principios vacíos, y uno no se puede fiar ni siquiera de los “todos” o los “siempres” que aparecen en sus simpáticas formulaciones, se topa más temprano que tarde con límites que sólo son salvados por la realidad del poder, al menos mientras se tenga poder.
La interpretación del optimista es sencilla: se trata de un modo de evacuar las dificultades, que Dios o el progreso proveerán. Una terapia o un entretenimiento que nos oculta con su astucia la que es propia del gobernante prudente. Si uno está bien informado, temerá o sabrá que las peores ideas son las vacías, que son aún más determinantes que las bien formadas, significativas, duras.
La declaración y la declamación de principios vacíos, y uno no se puede fiar ni siquiera de los “todos” o los “siempres” que aparecen en sus simpáticas formulaciones, se topa más temprano que tarde con límites que sólo son salvados por la realidad del poder, al menos mientras se tenga poder.
La interpretación del optimista es sencilla: se trata de un modo de evacuar las dificultades, que Dios o el progreso proveerán. Una terapia o un entretenimiento que nos oculta con su astucia la que es propia del gobernante prudente. Si uno está bien informado, temerá o sabrá que las peores ideas son las vacías, que son aún más determinantes que las bien formadas, significativas, duras.
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