Recuerdo la excursión con mi hermana y mis primos al monasterio, a lo que quedaba y quedará de él, al abrigo del Monte Laturce. Recuerdo cómo reptamos sin mayor escrúpulo por un pasadizo y recuerdo alguna que otra hipótesis de niños apenas inquietos por los sedimentos en los que la construcción había crecido.
Recuerdo que fuimos de Ribafrecha a Clavijo y volvimos. Recuerdo que aquel día nublado, el Sur del monte me parecía el Norte. Recuerdo que la vista del valle del Ebro, las sierras de Álava, las de Navarra y todas las previas llanuras me parecían un Sur, tan extenso a la espera del verde de los trigos y aunque la palabra glacis siempre me ha hecho pensar en otras geografías. Años después, un domingo de atardecida, recuerdo las luces del Campo de Fútbol, que nos parecían un espectáculo tan absurdo, legendario e imposible como la Gran Muralla vista desde la boquiabierta Luna.
Recuerdo que fuimos de Ribafrecha a Clavijo y volvimos. Recuerdo que aquel día nublado, el Sur del monte me parecía el Norte. Recuerdo que la vista del valle del Ebro, las sierras de Álava, las de Navarra y todas las previas llanuras me parecían un Sur, tan extenso a la espera del verde de los trigos y aunque la palabra glacis siempre me ha hecho pensar en otras geografías. Años después, un domingo de atardecida, recuerdo las luces del Campo de Fútbol, que nos parecían un espectáculo tan absurdo, legendario e imposible como la Gran Muralla vista desde la boquiabierta Luna.
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