En El país de hoy, Joaquín Calomarde publica un artículo de título "El principio de esperanza", Hoffnung que alguno imaginará tal vez colérica porque los chistes malos y en clave barata son libres.
En dicho artículo, Joaquín Calomarde, profesor de filosofía, ex diputado por el PP, al que dejó para pasar al Grupo Mixto en la anterior legislatura y cuya política de oposición criticó duramente, expresa en pocas palabras una idea muy extendida en la España de nuestros días, idea que -tal como podemos entenderla- encierra un error y una confusión que nos parecen extremadamente graves. Como no discrepamos del señor Calomarde en sus preferencias etológicas, nos vemos obligados a señalar lo que nos parecen debilidades de su argumentación.
Cierto es que, una vez más, los ladillos simplifican. En uno que aparece tanto en la edición digital como en la impresa se extractan las siguientes palabras del texto:
Los españoles quieren a España, sí, pero a la real, la unida, mucho más que por vínculos históricos, por renovada voluntad y esperanza de seguir juntos bajo los principios democráticos que nos vinculan.
de la siguiente manera:
Los españoles quieren a la España real, la unida no por la historia sino por la voluntad
En fin, seguramente la síntesis no es especialmente dolosa en esta ocasión, pero el original incluye alguna matiz y gradación que desaparece luego. Lo que no entendemos es de dónde sale algo como, por ejemplo, la voluntad, parece que de muchos o de todos, si precisamente no es de la historia. En otras palabras, ¿qué es esa voluntad, renovada o no, de magníficas virtudes unitivas? -Pues sucede que esta retórica suele entenderse a favor de ciertos tropos que no nos parecen ni evidentes ni justificados. Así, la historia o los vínculos históricos serían sólo parte de la historia o de los vínculos históricos, su parte "antipática", por así decir. La presente democracia española o esa voluntad de que se habla, si no se niega que son producto de la historia, al menos no lo serían de esa "historia antipática" y probablemente centralista.
El círculo de esta retórica se completaría al reconocer que habría una historia de verdad a la que sí podríamos referirnos y cuyos contenidos y realidades serían los hechos "simpáticos", de la "realidad" y no de ninguna superestructura ferularia.
Ahora bien, aquí se entremezclarían error y confusión. Si por un lado, pretendemos haber escapado de nuestra propia historia y haber preservado una voluntad democrática, cuando se nos aprietan las tuercas podemos reconstruir la realidad histórica jerarquizando según una escala de apariencia democrática los hechos históricos y los contenidos de la historia. Al final, la distinción ideológica que está operando es la que contrapone comunidad a sociedad, o lazos naturales a lazos falsos, modernos y estatales. Cuando lo cierto es que los límites de nuestros Boletines Oficiales son los límites de nuestro mundo.
En dicho artículo, Joaquín Calomarde, profesor de filosofía, ex diputado por el PP, al que dejó para pasar al Grupo Mixto en la anterior legislatura y cuya política de oposición criticó duramente, expresa en pocas palabras una idea muy extendida en la España de nuestros días, idea que -tal como podemos entenderla- encierra un error y una confusión que nos parecen extremadamente graves. Como no discrepamos del señor Calomarde en sus preferencias etológicas, nos vemos obligados a señalar lo que nos parecen debilidades de su argumentación.
Cierto es que, una vez más, los ladillos simplifican. En uno que aparece tanto en la edición digital como en la impresa se extractan las siguientes palabras del texto:
Los españoles quieren a España, sí, pero a la real, la unida, mucho más que por vínculos históricos, por renovada voluntad y esperanza de seguir juntos bajo los principios democráticos que nos vinculan.
de la siguiente manera:
Los españoles quieren a la España real, la unida no por la historia sino por la voluntad
En fin, seguramente la síntesis no es especialmente dolosa en esta ocasión, pero el original incluye alguna matiz y gradación que desaparece luego. Lo que no entendemos es de dónde sale algo como, por ejemplo, la voluntad, parece que de muchos o de todos, si precisamente no es de la historia. En otras palabras, ¿qué es esa voluntad, renovada o no, de magníficas virtudes unitivas? -Pues sucede que esta retórica suele entenderse a favor de ciertos tropos que no nos parecen ni evidentes ni justificados. Así, la historia o los vínculos históricos serían sólo parte de la historia o de los vínculos históricos, su parte "antipática", por así decir. La presente democracia española o esa voluntad de que se habla, si no se niega que son producto de la historia, al menos no lo serían de esa "historia antipática" y probablemente centralista.
El círculo de esta retórica se completaría al reconocer que habría una historia de verdad a la que sí podríamos referirnos y cuyos contenidos y realidades serían los hechos "simpáticos", de la "realidad" y no de ninguna superestructura ferularia.
Ahora bien, aquí se entremezclarían error y confusión. Si por un lado, pretendemos haber escapado de nuestra propia historia y haber preservado una voluntad democrática, cuando se nos aprietan las tuercas podemos reconstruir la realidad histórica jerarquizando según una escala de apariencia democrática los hechos históricos y los contenidos de la historia. Al final, la distinción ideológica que está operando es la que contrapone comunidad a sociedad, o lazos naturales a lazos falsos, modernos y estatales. Cuando lo cierto es que los límites de nuestros Boletines Oficiales son los límites de nuestro mundo.
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