Al orador le fallaba la embocadura, que es el especial cuidado que aquél debe observar para una correcta circulación de las palabras. Porque esta circulación consiste en un flujo que sale de la boca, se bifurca y se bifurca y en parte regresa por el oído facilitando el correcto control del ejercicio. Y, en cambio, una errónea circulación, resultado de incorrecta o defectuosa embocadura, es la que se produce en el caso de que todas las palabras vuelvan a entrar sin mayor retardo a la boca por la que acaban de salir, lo que provoca primero engolamiento y, después, constipado
Pues bien, tras este preámbulo, volvamos a muestro orador, el de la mala embocadura, no sin antes añadir que estos problemas disminuyen la calidad del arte y de la ejecución, pero no lo impiden absolutamente y, así, durante una buena media hora, nuestro hombre sostuvo su discurso de modo mediocre, pero quizá suficiente.
Y habían pasado treinta y pocos minutos cuando pudimos ser testigos de un fenómeno, extraordinario y sorprendente pero registrado en las publicaciones científicas, que hoy traigo aquí, no sólo para general ilustración, sino también por el afán de compartir experiencias similares. El caso fue que de pronto pudimos apreciar que las palabras que entraban no seguían a las que salían y que, al contrario, los períodos entrantes precedían a lo que algo más alto y claro podíamos oír que salían de la boca del orador. La sensación era singular, incomparable, al menos para los que nos sentábamos en las primeras filas. Quizá pudiera apuntar, aunque esto bien puede ser ilusión, una leve pero constante vibración en las mejillas.
A los pocos minutos, nuestro hombre, apesadumbrado y visiblemente fatigado, se retiró. Yo diría que sus mocasines negros, excesivamente lustrados, marcaban el camino de la retirada a sus avergonzados pies.
Pues bien, tras este preámbulo, volvamos a muestro orador, el de la mala embocadura, no sin antes añadir que estos problemas disminuyen la calidad del arte y de la ejecución, pero no lo impiden absolutamente y, así, durante una buena media hora, nuestro hombre sostuvo su discurso de modo mediocre, pero quizá suficiente.
Y habían pasado treinta y pocos minutos cuando pudimos ser testigos de un fenómeno, extraordinario y sorprendente pero registrado en las publicaciones científicas, que hoy traigo aquí, no sólo para general ilustración, sino también por el afán de compartir experiencias similares. El caso fue que de pronto pudimos apreciar que las palabras que entraban no seguían a las que salían y que, al contrario, los períodos entrantes precedían a lo que algo más alto y claro podíamos oír que salían de la boca del orador. La sensación era singular, incomparable, al menos para los que nos sentábamos en las primeras filas. Quizá pudiera apuntar, aunque esto bien puede ser ilusión, una leve pero constante vibración en las mejillas.
A los pocos minutos, nuestro hombre, apesadumbrado y visiblemente fatigado, se retiró. Yo diría que sus mocasines negros, excesivamente lustrados, marcaban el camino de la retirada a sus avergonzados pies.
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