El mostrador y su ubicación, que tanto nos ayudaba a comprender que un lugar era un comercio y que en un comercio hay lugar y un lugar para el mínimo cliente y hay lugar y un lugar para el tendero. El mostrador era una frontera con todos sus agobios en la librería, en la juguetería, en el estanco de tabacos.
Era un tiempo en que los mostradores genuinos defendían todas las paredes con estanterías abiertas o defendían todas como una muralla interior infranqueable Que los mostradores sirvieran para mostrar el género suponía ya acepción de clientes y en muy raras ocasiones eran mesa de intercambio o negociación para el cliente niño. De hecho, si se nos permite, podemos ahora decir que el mostrador ponía en evidencia el género, porque hombres y mujeres se relacionaban de modos muy diferentes con esa mesa para personas erectas que es -y es también el caso de algunas otras mesas cuya relación dejamos al lector- un mostrador.
Las tabernas, como es sabido, no llaman mostrador a sus mostradores, salvo por contingente semilapsus del bebedor o del padre del niño que quiere fanta o quería sanitex. Porque en tales comercios el mostrador era todo el establecimiento y de lo que se trataba, de ahí la mayor altura del dispositivo, era de proteger las botellas de unos parroquianos, habitualmente celosos y enfebrecidos en su romería y asalto diarios a su templo de no siempre pías libaciones. Y nótese que si los mostradores han sido eliminados de casi todos los comercios, no ha sucedido lo mismo con los bares. En lo que se dan discusiones, y no se vea en este comentario impiedad o libación excesiva, es en sí el presbiterio de los bares es el lugar tras la barra o es el ocupado por los bebedores más contumaces, los que suelen traspasarse con el negocio cuando todos los camareros se han jubilado.
Era un tiempo en que los mostradores genuinos defendían todas las paredes con estanterías abiertas o defendían todas como una muralla interior infranqueable Que los mostradores sirvieran para mostrar el género suponía ya acepción de clientes y en muy raras ocasiones eran mesa de intercambio o negociación para el cliente niño. De hecho, si se nos permite, podemos ahora decir que el mostrador ponía en evidencia el género, porque hombres y mujeres se relacionaban de modos muy diferentes con esa mesa para personas erectas que es -y es también el caso de algunas otras mesas cuya relación dejamos al lector- un mostrador.
Las tabernas, como es sabido, no llaman mostrador a sus mostradores, salvo por contingente semilapsus del bebedor o del padre del niño que quiere fanta o quería sanitex. Porque en tales comercios el mostrador era todo el establecimiento y de lo que se trataba, de ahí la mayor altura del dispositivo, era de proteger las botellas de unos parroquianos, habitualmente celosos y enfebrecidos en su romería y asalto diarios a su templo de no siempre pías libaciones. Y nótese que si los mostradores han sido eliminados de casi todos los comercios, no ha sucedido lo mismo con los bares. En lo que se dan discusiones, y no se vea en este comentario impiedad o libación excesiva, es en sí el presbiterio de los bares es el lugar tras la barra o es el ocupado por los bebedores más contumaces, los que suelen traspasarse con el negocio cuando todos los camareros se han jubilado.
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