La obra se anuncia con avisos hermosos acerca de, por ejemplo, la tolerancia, la compasión o la libertad. Y el caso es que en la obra, estas ideas sublimes no las vemos. Y si la obra nos parece sublime -si imaginamos, por ejemplo, que se nos cae encima-, su sublimidad es, como debe, cualquier cosa menos compasiva o tolerante.
Y, sin embargo, la ceremonia del autor y sus buenas intenciones se ha de referir a una ilación que no vemos. Porque es posible que nos gusten las palabras y que nos guste la obra y que después nos gusten un poco menos, por vacías y tautológicas aquéllas, por enmarcada en discursos y juegos florales ésta. Es posible que se vayan las obras o se vayan las palabras y que entonces aparezca el nexo que ahora no vemos. Es posible que sea un objeto surrealista y gratuito, un nuevo espejismo, tan irreducible como su incongruencia perpetua.
Y, sin embargo, la ceremonia del autor y sus buenas intenciones se ha de referir a una ilación que no vemos. Porque es posible que nos gusten las palabras y que nos guste la obra y que después nos gusten un poco menos, por vacías y tautológicas aquéllas, por enmarcada en discursos y juegos florales ésta. Es posible que se vayan las obras o se vayan las palabras y que entonces aparezca el nexo que ahora no vemos. Es posible que sea un objeto surrealista y gratuito, un nuevo espejismo, tan irreducible como su incongruencia perpetua.
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