La banda sigue tocando desplegada sobre nosotros. Se nos antojan demasiado extendidos en un abánico al que el director domina, e insiste en dejarlo claro, sin ojos y sin manos, como una bicicleta.
La música se sobrepone a griterío residual del ocioso público. Irremediablemente, atendiendo a dos o tres conversaciones y un pasodoble. Debe de ser la música que me ha excitado hasta la hiperestesia, la gimnasia y la magnesia y, si no don de lenguas, he adquirido un famoso don de orejas que me impide olvidarme del matrimonio de la izquierda y de las dos señoras de la derecha, a las que imagino fidelísimas al espectáculo y sujeto de los consiguientes derechos al cotorreo y a las sillas de tijera.
Mañana lloverá y no se atreverá la banda. Esperemos no oír todas y cada una de las gotas.
La música se sobrepone a griterío residual del ocioso público. Irremediablemente, atendiendo a dos o tres conversaciones y un pasodoble. Debe de ser la música que me ha excitado hasta la hiperestesia, la gimnasia y la magnesia y, si no don de lenguas, he adquirido un famoso don de orejas que me impide olvidarme del matrimonio de la izquierda y de las dos señoras de la derecha, a las que imagino fidelísimas al espectáculo y sujeto de los consiguientes derechos al cotorreo y a las sillas de tijera.
Mañana lloverá y no se atreverá la banda. Esperemos no oír todas y cada una de las gotas.
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