La edad, gran enemiga de la capacidad de aprender, nos regala con una multitud de discursos que sirven para dar cuenta de los escasos éxitos. Es cierto que algunos pedagogos intentan consolar al gran público haciéndose lenguas de la polimorfa capacidad de aprender de los talludos varones y hembras.
No hay que lamentarse demasiado. Ni por una cosa ni por la otra. El niño que no aprende responde seguramente de otra manera y los psicólogos habrán clasificado las conductas que siguen a una frustración y habrán dictaminado si no aprender es para él una frustración y cuándo lo es, en su caso.
No obstante, si con la edad no aprender se convierte en una gran frustración, cabe deducir que lo que la edad sabe o cree saber es que hay prisa. Naturalmente, no hay prisa porque lo que se pretende aprender es el disfraz de una enmienda a la totalidad, dramáticamente retrospectiva. Imagino que, llegados a este punto, los libros de autoayuda recomendarán tomárselo con calma, disfrutar del momento y cosas por el estilo. Pero es mentira.
No hay que lamentarse demasiado. Ni por una cosa ni por la otra. El niño que no aprende responde seguramente de otra manera y los psicólogos habrán clasificado las conductas que siguen a una frustración y habrán dictaminado si no aprender es para él una frustración y cuándo lo es, en su caso.
No obstante, si con la edad no aprender se convierte en una gran frustración, cabe deducir que lo que la edad sabe o cree saber es que hay prisa. Naturalmente, no hay prisa porque lo que se pretende aprender es el disfraz de una enmienda a la totalidad, dramáticamente retrospectiva. Imagino que, llegados a este punto, los libros de autoayuda recomendarán tomárselo con calma, disfrutar del momento y cosas por el estilo. Pero es mentira.
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