A propósito de Leopoldo Calvo Sotelo escribe Miguel Ángel Aguilar:
El presidente que llegaba a La Moncloa en febrero de 1981 sabía cálculo infinitesimal y física cuántica, además de resistencia de materiales, había leído a Heisenberg, a Heidegger, a Teilhard de Chardin, a Jacques Maritain y a Zubiri y estaba familiarizado con los clásicos de la literatura europea y americana, tocaba el piano y abominaba de las cajetillas de Ducados y de los juegos de naipes, en especial de los de envite.
Lo del piano, los ducados y el mus son del hombre; como casi lo es La Moncloa, y hasta Heidegger y Heisenberg. Las otras lecturas son una generación, la definen con sus preferencias, sus limitaciones, sus sesgos, los extraños atavismos que asoman en las conversaciones de nuestros mayores, que asoman con mayor mérito -por decirlo de algún modo- que nuestros propios atavismos y nuestros ciegos límites cuando hablamos con los más jóvenes o cuando nos quedamos callados.
El presidente que llegaba a La Moncloa en febrero de 1981 sabía cálculo infinitesimal y física cuántica, además de resistencia de materiales, había leído a Heisenberg, a Heidegger, a Teilhard de Chardin, a Jacques Maritain y a Zubiri y estaba familiarizado con los clásicos de la literatura europea y americana, tocaba el piano y abominaba de las cajetillas de Ducados y de los juegos de naipes, en especial de los de envite.
Lo del piano, los ducados y el mus son del hombre; como casi lo es La Moncloa, y hasta Heidegger y Heisenberg. Las otras lecturas son una generación, la definen con sus preferencias, sus limitaciones, sus sesgos, los extraños atavismos que asoman en las conversaciones de nuestros mayores, que asoman con mayor mérito -por decirlo de algún modo- que nuestros propios atavismos y nuestros ciegos límites cuando hablamos con los más jóvenes o cuando nos quedamos callados.
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