Dos días de calles como amenos huertos. Se fueron las camelias y se acabaron los polvorones, que son una maldición repostera de hoy para todo el año. Adiós, invierno de nuestro desconcierto. Entramos en la breve temporada de la ilusión y las cigüeñas cruzan la ciudad hacendosas.
Hasta aquí la prosa liricoide. Ahora toca el documento antropológico. No nos referimos a que las buenas gentes ocupan la calle hasta horas más tardías. Ni a que se beba más cerveza y menos vino, que vaya uno a saber. Tales señalamientos tal vez no sean objeto de la antropología.
Hasta aquí la prosa liricoide. Ahora toca el documento antropológico. No nos referimos a que las buenas gentes ocupan la calle hasta horas más tardías. Ni a que se beba más cerveza y menos vino, que vaya uno a saber. Tales señalamientos tal vez no sean objeto de la antropología.
Y es que pensamos mantenernos dentro de los límites de tan augusto recinto. Y estamos razonablemente seguros porque nos balanceamos sobre el filo de la navaja que corta el salchichón entre lo universal y lo particular. Lo nomotético y lo idiográfico o lo macro y lo micro, y así lo decimos como un clown en plenas facultades. Lo que no deja de ser un prolegómeno para ese otro paralipómeno de todo intercambio lingüístico, que es a lo que íbamos: Ya verás como la semana que viene nos helamos, que aquí las primaveras son como si no lo fueran. Que hasta junio con abrigo.
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