El día había comenzado con agua. Con bastante agua y molesta, por el viento, para los transeúntes dominicales, una raza con el feo hábito de dar por acabado el invierno antes de tiempo. Él había salido a la calle, vuelto a casa, y al poco otra vez a la calle.
Avanzada la mañana, un Sol dubitativo sucedió a la lluvia. Más tarde se nubló nuevamente para que luego, en un segundo intento, el cielo mostrará un azul notablemente luminoso. Para entonces ya se había encerrado en casa y desatendido las peripecias meteorológicas que se representaban sobre su cabeza, sobre el tejado de su casa y sobre todo aquel suelo.
¿Existía ese día? ¿Existía él ese día? -Se trata de dos preguntas más o menos absurdas que llegó a formular en su teatrillo sesteante, tumbado sobre la cama sin abrir a una hora indefinida, aunque ya oscura, de la tarde. Desdeñó sus propias preguntas absurdas y su formulación aun más absurda: "Eso me lo debería haber preguntado el día de San Matías".
Pero era cierto que el tiempo de ese domingo se había convertido en un tramo mediocre y poco doloroso que había de pasar para ingresar en el lunes y sus incómodos afanes, en sus engorros que le revoloteaban por la cabeza como si fuera el personaje de un grabado prerromántico.
En el siguiente grabado de la serie, si había serie y si había grabados, tal vez se hablara de lo que le aguardaba después del vacío de esas horas. Sin embargo, sospechó que los grabados de los lunes serían obra de otro grabador, que no recrearían la vaga melancolía prerromántica de la impotencia social y que quizá le llegasen a aturdir con su sátira erigida sobre innumerables personajes que se movían en un remolino que no acababa por llegar a ningún sitio y que avisaba a gritos de lo ilusorio de los planes y cuidados de aquéllos.
Avanzada la mañana, un Sol dubitativo sucedió a la lluvia. Más tarde se nubló nuevamente para que luego, en un segundo intento, el cielo mostrará un azul notablemente luminoso. Para entonces ya se había encerrado en casa y desatendido las peripecias meteorológicas que se representaban sobre su cabeza, sobre el tejado de su casa y sobre todo aquel suelo.
¿Existía ese día? ¿Existía él ese día? -Se trata de dos preguntas más o menos absurdas que llegó a formular en su teatrillo sesteante, tumbado sobre la cama sin abrir a una hora indefinida, aunque ya oscura, de la tarde. Desdeñó sus propias preguntas absurdas y su formulación aun más absurda: "Eso me lo debería haber preguntado el día de San Matías".
Pero era cierto que el tiempo de ese domingo se había convertido en un tramo mediocre y poco doloroso que había de pasar para ingresar en el lunes y sus incómodos afanes, en sus engorros que le revoloteaban por la cabeza como si fuera el personaje de un grabado prerromántico.
En el siguiente grabado de la serie, si había serie y si había grabados, tal vez se hablara de lo que le aguardaba después del vacío de esas horas. Sin embargo, sospechó que los grabados de los lunes serían obra de otro grabador, que no recrearían la vaga melancolía prerromántica de la impotencia social y que quizá le llegasen a aturdir con su sátira erigida sobre innumerables personajes que se movían en un remolino que no acababa por llegar a ningún sitio y que avisaba a gritos de lo ilusorio de los planes y cuidados de aquéllos.
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