El hombre no es tanto el animal que necesita lo que desea (en lugar de desear lo que necesita, luego la microeconomía es sobre animales no humanos), como el animal que se crea obligaciones a las que nada ni nadie le obliga. Así, si nos obligamos al que será un hábito que nos agrade, nada encontraremos más lógico. Nos obligamos también, sin embargo, a hábitos que nos resultan odiosos y desagradables. Nos obligamos nosotros; nadie nos obliga.
Postulamos ahora que tal cosa es imposible. Que sí hay algo que nos obliga o bien que el desagrado es agrado, gusto el disgusto, o el displacer, placer. Esto es la filosofía de la sospecha. Empezamos con Marx y seguimos con Freud. Corren malos tiempos para estos personajes otrora ilustres como ellos solos en el cielo y nos conducimos todos tan racionales como los triángulos isósceles.
Lo preocupante (y en esa preocupación andaría lo humano) es que si sólo deseamos lo que necesitamos y sólo nos obligan de fuera, seremos animales, demasiado animales.
Postulamos ahora que tal cosa es imposible. Que sí hay algo que nos obliga o bien que el desagrado es agrado, gusto el disgusto, o el displacer, placer. Esto es la filosofía de la sospecha. Empezamos con Marx y seguimos con Freud. Corren malos tiempos para estos personajes otrora ilustres como ellos solos en el cielo y nos conducimos todos tan racionales como los triángulos isósceles.
Lo preocupante (y en esa preocupación andaría lo humano) es que si sólo deseamos lo que necesitamos y sólo nos obligan de fuera, seremos animales, demasiado animales.
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