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sábado, febrero 17, 2007

Periódico

Entre los roblecillos, que compiten con algunos pinos jóvenes, la senda es irregular, propensa a la disolución, a la pérdida, suya y del caminante. En los tramos llanos, el piso está cubierto de las hojas de aquéllos, muy amarillo claro. En las cuestas o en las hondonadas, la humedad ha creado un mosaico en que las hojas sugieren motivos más complejos al tiempo que se distribuyen tonalidades oscuras: algunas grises, otras del catálogo de los ocres. Las maderas. Escher está en este pavimento resbaladizo que, cuando el bosquecillo quede atrás, será sustituido por una hierba que las vacas se empeñan en convertir en barro, yendo y revolviendo.
Las vacas han bajado al barranco -más tarde han de volver a esta praderita de menta y chocolate- y componen también una composición de periodicidad móvil. Móvil a favor de sus miradas alineadas como una escuadra o de la otra periodicidad, vagamente lírica, de los cencerros.

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