Prosiguiendo con nuestras investigaciones y como corolario a nuestra presentación de ayer, nos fijaremos hoy en una figura que tanto entretuvo los días de juventud de algunos, al tiempo que fungía como renovado coco o sacamantecas de no imposible burla para adolescentes: el portero de discoteca.
El portero de discoteca la llena con una subclase de individuos y deja fuera a otra no supondremos que totalmente al azar. El gasto que hace lo anota a beneficio de sus bíceps o de algún otro músculo no menos emblemático. En cualquier caso, Maxwell pudo inspirarse en lo que sucedía en determinadas instituciones del Reino Unido bien conocidas cuando asignó a un pobre diablo el diabólico oficio de portero segregador (¿los años de Peterhouse incluidos?).
No cabe duda de que cada uno de los profesionales del ramo no repara en kilocalorías cuando se trata de ejercer su función, por no hablar de los choques más o menos inelásticos de sus puños con algunas zonas de los cuerpos de algunos de los individuos que revolotean en torno a su portería con cerveza. Y hablamos en presente aunque nuestra más bien episódica experiencia se remonta o mejor desciende a bastante años atrás.
Ahora bien, cuando su conducta, la del portero de discoteca, era de carácter verbal o lingüístico era éste capaz de aportar criterios de exclusión tremendamente económicos y que venían a sustituir a expedientes sin duda más complicados: "no se puede entrar con deportivas (esto con alguna otra preposición no menos barojiana)", "sólo entran parejas" y algunas más del mismo género. Seguramente querían que los incluyésemos en el mismo sindicato que el de su patrón boiteux (esta vez de boîte), el diablillo de vista aguda.
(Sobre el hablar económicamente de muchos, aunque el gasto lo hace el lector, puede visitar este enlace.)
1 comentario:
"no se puede entrar con deportivas"
Qué pasa, ¿hay barro?
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