Los experimentos relativos a la inducción de falsas memorias suelen encontrarse, al parecer, con el resultado de que los memoriosos sujetos pasan a recordar historias falsas -por lo menos, a juzgar por sus relatos- surtidas con todo lujo de detalle, coloristas, que sobrepasan la económica imaginación del experimentador por ciento cincuenta cuerpos de ventaja.
Sabemos también que los individuos no adiestrados en la materia presentan cierta tendencia a confundir probabilidad con, digamos, verosimilitud narrativa: consideramos más "probable" que el atracador fuera un varón de raza gitana de unos treinta años con cadenas de oro al cuello a que fuera un varón.
Dirá el cultivador de la ontología que el individuo se aproxima al universal y achica espacios a los juicios particulares. Plantearán en algún departamento aledaño (e igualmente aldeano) el asunto en términos de estética o filosofía del arte: la curiosa semántica del relato que engrandece al personaje, si detallado en su relato, hasta la bóveda de los universales. Los psicólogos dirán lo que les dé la gana y otros no dirán nada.
Tomamos nota de la necesidad de llenar la historia, de que la historia cumpla el trámite de la realidad con sus características tangibles, con la memoria de un paisaje o con la de un guijarro que nos entretiene en un aparte de la batalla. Y es que la realidad debe de ser eso, una cosa muy repleta de detalles.
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