España. Un hojaldre cadavérico con oropeles pagados por un promotor inmobiliario con su bastón de mariscal de descampado. Una geología de hormigón como huesas que se levantan sobre un horizonte polvoriento. Pozos de dinero con toberas que servirán para deshacer lo que se haya salvado. A favor de una ambición idiota y microscópica.
El discurso idiota de quien niega dignidad a los usos para negarlos en las ciudades o a las ciudades para negarlas a los usos. El snobismo del idiota que salta como un idiota para ir de sí mismo a sí mismo y reencontrarse c0n su cara de idiota, lo que nos hace sentir nostalgia de aquella época en que los horteras no habían hecho el bachillerato. Una churrería con juncos de plástico, una tómbola de tumbas y esquelas, la lotería tramposa para que todo el mundo tenga sus cinco minutos de ser el más listo.
Una llama que arde antes del frío y que eleva al aire enfurecido prudencias incadescentes, sus fantasmas vanos ya, como su fuerza.
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