Las nubes quieren ser puntuales. Las nubes no se hacen esperar, esto corresponde a las lluvias porque hay nubes que no nos llueven como algunos creen que debieran. Sin embargo, son competentes jalones o pivotes que coadyuvan al propósito ordenancista de calendarios y almanaques.
Si no en el cielo, las más bien borrosas nubes son formas precisas y salientes en el ciclo de los estíos y los otoños. Un aviso que no deja lugar a prórrogas o crepúsculos demasiado amables.
Hay quen rompe sus hábitos y en una tarde de septiembre se toma el primer café con leche del otoño, como para templar el estómago con una ceremonia gris, que presagia el cielo en libra, que alumbra sagitario.
Al otoño corresponde también una tarde sueño que no se vence, de sueño del tamaño de un melocotón de Calanda, siempre nostálgico de las pelusas del verano. Entre lluvias que puntúan la vendimia como diapasón húmedo, que reverbera entre las calizas que se pudren allá arriba. Busquemos otras imágenes que nos haga tolerable el almanaque -no las hay- y reservémoslas.
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