Un recurso retórico fundamental de la infamia política es el de las demasiadas coincidencias, pero la infamia es meramente aritmética. Ninguna coincidencia son ya demasiadas. De hecho la noción de casualidad y la de coincidencia se apoyan sobre una mala descripción o un mal relato, un olvido o una elipsis interesados. Naturalmente, se trata de que tengamos bien definido al enemigo. Lo demás es asimilar la política a la parapsicología, aunque alguno dirá que eso no es algo tan descabellado.
Notemos cómo el verbo coincidir no tiene la carga semántica del sustantivo coincidencia. Por el contrario, incidir es curiosamente más fuerte que incidencia. Pero quien denuncia coincidencias está diciendo que no son coincidencias; por eso, su selección del enemigo es la exclusión de éste del campo –en este caso- de la política (es enemigo, a fin de cuentas, schmittiano; no dijimos adversario). Ahí está la inquisición, los métodos policiales aplicados donde a uno le convenga, con la conclusión como punto de partida.
Notemos cómo el verbo coincidir no tiene la carga semántica del sustantivo coincidencia. Por el contrario, incidir es curiosamente más fuerte que incidencia. Pero quien denuncia coincidencias está diciendo que no son coincidencias; por eso, su selección del enemigo es la exclusión de éste del campo –en este caso- de la política (es enemigo, a fin de cuentas, schmittiano; no dijimos adversario). Ahí está la inquisición, los métodos policiales aplicados donde a uno le convenga, con la conclusión como punto de partida.
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