Josep Call cuenta de un perro que un día:
Cuando lo conocimos sabía unas 200 palabras y ahora debe estar por las 300. Pero, lo más interesante es cómo aprende. El perro tiene unos 200 juguetes diferentes, le pones 10 en una habitación sin que los vea y le dices: "Tráeme la pelota". El animal va a la habitación, mira los objetos que hay y vuelve con la pelota. Ahora, le pones siete objetos que conoce y uno que no ha visto nunca. Le pides el nuevo: "La taza". Se va a la habitación, los mira todos y, por eliminación, vuelve con la taza. Lo más increíble es que cuando se colocan en la habitación sólo objetos nuevos que ha aprendido de esta forma y le pedimos otra vez: "La taza". La vuelve a traer, y ya no por eliminación.
Volvemos a nuestro motivo de hace unas entregas. Cuando no nos queda otra, es ésa. Ahora bien, cuando el inventario no está cerrado y hay que ser constructivista es otro cantar. Yo tuve un perro constructivista. Su inventario de palabras conocidas era de aproximadamente cero. Cuando le pedía algo, construía en su entendimiento significado y referencia del significante que yo profería y siempre me traía algo. Cierto es que mi casa la poblaban objetos y cachivaches en inextricable formación (Cole Thornton a Mississipi, cuando éste probaba su puntería en El Dorado). No he logrado averiguar cómo lo hacía ni que reglas seguía, las cuales imagino terriblemente complicadas. Mi perro pasaría el test de Turing. Y lo que hiciera falta.
Cuando lo conocimos sabía unas 200 palabras y ahora debe estar por las 300. Pero, lo más interesante es cómo aprende. El perro tiene unos 200 juguetes diferentes, le pones 10 en una habitación sin que los vea y le dices: "Tráeme la pelota". El animal va a la habitación, mira los objetos que hay y vuelve con la pelota. Ahora, le pones siete objetos que conoce y uno que no ha visto nunca. Le pides el nuevo: "La taza". Se va a la habitación, los mira todos y, por eliminación, vuelve con la taza. Lo más increíble es que cuando se colocan en la habitación sólo objetos nuevos que ha aprendido de esta forma y le pedimos otra vez: "La taza". La vuelve a traer, y ya no por eliminación.
Volvemos a nuestro motivo de hace unas entregas. Cuando no nos queda otra, es ésa. Ahora bien, cuando el inventario no está cerrado y hay que ser constructivista es otro cantar. Yo tuve un perro constructivista. Su inventario de palabras conocidas era de aproximadamente cero. Cuando le pedía algo, construía en su entendimiento significado y referencia del significante que yo profería y siempre me traía algo. Cierto es que mi casa la poblaban objetos y cachivaches en inextricable formación (Cole Thornton a Mississipi, cuando éste probaba su puntería en El Dorado). No he logrado averiguar cómo lo hacía ni que reglas seguía, las cuales imagino terriblemente complicadas. Mi perro pasaría el test de Turing. Y lo que hiciera falta.
1 comentario:
El falso enigma es pensar que el perro sólo puede ser un adivino o un deductor implacable por inducción y resta. Un perro es un perro es un perro. Sin embargo, el perro de Santana seguro que sabría pescar junto a Karpov -después y sólo luego de jugar una partida de ajedrez...-.
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