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jueves, marzo 23, 2006

Estrategia

No que a uno le roben el plan de batalla o que no encuentre el camino al campo de batalla, o el puente de plata. Lo peor es quedarse de un plumazo sin estrategia y descubrir así que no se tuvo nunca.
Ahora bien, se replicará, peor es no saber cuál es la batalla o de qué clase, o incluso, aun sabiéndolo, no poder decirlo. La retórica correspondiente a estas situaciones es la de la explotación de la contradicción, de la contradicción ligeramente desviada, clinaminosa. La que se da, por ejemplo, entre escepticismo y esperanza. De ese choque, cualquier cosa, manos libres. Se cierra el manual y sólo queda la tómbola del cheque en blanco, del préstamo de confianza a fondo perdido. Pero en esa retórica ayer estaban todos. Piense el lector en una representación gráfica de esperanza y entendimiento medibles, uno en abscisas y otra en ordenadas. Podemos pensar que las dosis respectivas ocupan una línea cóncava hacia arriba: a mayor esperanza, menor escepticismo y viceversa. Pero los puntos “intermedios” corresponderían a valores bajos de una y otro. Si la curva fuera cóncava hacia abajo, estaríamos diciendo que hay gente muy esperanzada y muy escéptica al mismo tiempo. De las dos curvas, la primera recordaría a las habituales curvas de invariancia de las utilidades de dos bienes según sus cantidades. Pero la segunda representa una suerte de sinrazón, mucha insistencia en la esperanza, mucha en el escepticismo.
Agenda: ¿Tiene la microeconomía algo que decir de la retórica? ¿Por qué no aceptamos, si la concedemos, la prudencia muda? Esperanza, sólo sabes bailar.

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