El tratamiento eficaz –y honesto, dirían algunos, sin intenciones ocultas, tan evidentes siempre al parecer de unos y de otros– de ciertas situaciones supone su encapsulamiento: cancelar, cortar sus nexos con otros problemas o conflictos. Lo cual puede también ser un imposible: no se puede encapsular nada. Una forma surge de la contribución de fuerzas que nos cuesta más trabajo percibir, pero que son la realidad en que aquélla tiene sus raíces. Una forma no es más que la forma de estas tensiones y estos empujes. Su aislamiento es idealismo, por decir lo menos. Limitar el alcance de un tumor a una forma conexa y convexa no es factible en todas las geometrías.
Sin embargo, sea como sea, se observa muchas veces que esas mismas cuestiones cuya resolución cabal exigiría su encapsulamiento pretenden presentarse como si su presencia no hubiera sido sino un freno para la resolución de otros conflictos. Se goza así de una retórica con el prestigio de lo real, de lo real en el sentido del párrafo anterior. Se considera pues que lo que se trata más bien con la cancelación rápida de las primeras sea el destaponamiento de los segundos, que habrían permanecido bloqueados (1).
Por más que sospechemos que la encapsulación o encapsulamiento es una ilusión, puede ser –sin embargo– el nombre que le demos a la reducción de conflictos o contradicciones a otros terrenos. Parece claro también que se ha de dar una cosa u otra: no puede haber cápsula si se ha quitado el tapón, y si se ha quitado el tapón no hay cápsula.
Aplíquese el esquema a situaciones presentes o pasadas. Encapsular supone un partido poderoso o algo del estilo de eso que se llama consenso. Naturalmente, ni cápsula, ni tapón. Ni los problemas son los que se nombran. Al cava en particular puede dársele muy malos usos. Quizá es que algunos vayan al descorche.
(1) Véase también este otro aspecto de la retórica en cuestión.
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